Monstruos

LETRAS, Otoño

La vida comienza cuando una empieza a ser consciente de su valor como persona. No como periodista, no como alumna, no como hija, amiga o amante. Sólo como persona, sin adjetivos. Con sus luces y sus sombras, sus días buenos y regulares, sus aficiones, sus gustos, sus manías, sus virtudes, sus meteduras de pata, sus más, sus menos.

La vida comienza cuando un día te miras al espejo y no ves defectos, sólo características. Asumes que ser bajita y regordeta no es más importante que tener el pelo castaño o los ojos marrones. Sólo son rasgos, detalles que forman parte de lo que tú eres como conjunto. Nada más, y nada menos. Aprendes que no eres ni serás nunca perfecta, y dejas de exigírtelo a ti misma cada día.

Entonces te aceptas tal y como eres, entendiendo que no eres inferior, ni tampoco superior, a ninguna otra persona en el mundo. Sólo distinta y particular, como todos y cada uno de los seres humanos. No te juzgas, no te comparas. Solo te observas y te admites, te abrazas y te reconcilias con la parte de ti con la que llevas tanto tiempo peleándote.

Comienza, la vida, cuando comprendes que no hay nada más imposible que intentar agradar a todo el mundo. Cuando no buscas la aprobación social, porque sabes que lo importante es lo que tú misma pienses de ti. Y en lugar de esperar que alguien te suba al pedestal, pegas un brinco y te plantas ahí solita, si es que de verdad sientes que es donde mereces estar. No necesitas que nadie te aplauda para saber que existes, no necesitas pedirle al exterior que te defina.

Te olvidas de los qué dirán. Destierras el miedo al rechazo y empiezas a ser tú, auténtica, sintiéndote a gusto con lo que crees que tienes que ser. Tu conciencia y tus principios son tus únicos jueces.

Y te das cuenta de que la única opinión que debes tomarte en serio es la de quien te quiere, en el sentido más sincero y más puro de la palabra; de quien hace que te brillen los ojos, de quien se alegra por tus triunfos y se apaga un poco por dentro si te ocurre alguna desgracia. Y no al revés. Porque, si así fuera, estás tardando en sacarlos de tu vida. Que madurar también es eso: filtrar personas y ordenar prioridades. Tan desgarrador como liberador.

Y es que saber lo que una vale tiene mucho que ver con el autorrespeto, y con buscar y rodearse de todo aquello que te haga sentir merecedora. De quienes te sumen, te hagan crecer y avanzar. De quienes no te menosprecien, ni te hagan sentir mal por querer ser quien eres, obligándote a renunciar a tu esencia para encajar dentro de un puzzle al que en realidad ni siquiera querrías pertenecer.

Pero para eso tienes que quererte, porque si no, nunca vas a sentir que eres suficiente para algo o para alguien. Te vas a conformar con cualquier cosa, y posiblemente acabes aceptando menos de lo que merezcas.

Entonces, y solo entonces, comenzarás a disfrutar de la vida y a querer exprimirla al máximo, porque descubrirás que ya has perdido demasiado tiempo lamentándote por lo que no eras o no tenías, en lugar de aprovechar lo que sí.

“Desear ser otra persona es malgastar la persona que eres”

Deja un comentario