Carta al Abuelo

LETRAS, Verano

El cielo de los abuelos seguro que es un lugar más justo que este mundo que dejas. Porque tú, como tantas personas, no te merecías esto. No así. 

Seguro que hay extensos campos de cebada y mirasoles. Y correteas libre por ellos, acariciando sus tallos verdes. Seguro que hay filas y filas de olivos de toda clase: manzanillas, cornicabras, gordalas y asperotas. Y no dejas que se caigan al suelo ni se las coman los tordos. 

Seguro que hay un taller con herramientas de todo tipo para que desde allí puedas arreglar un poco nuestros problemas cuando te necesitemos. Y las que no haya, las inventarás. Porque siempre has sido ingenio puro. 

Y una persona justa y maravillosamente honrada. Por eso seguro que siempre tienes una navajilla a mano, para partir y repartir lo que sea de forma equitativa, e intentar que nadie tenga nada de menos ni de más. Y un boli y una libretilla donde apuntarlo todo. Como hacíamos cada quince días con la lonja. Con esa letra tan bonita.

Seguro que allí te espera una cosechadora, un 124, y unas portadas con un gancho a la pared, para demostrar que a ti no hay quien te gane a aparcar bien el auto. Seguro que miras el reloj cada noche para no pasarte ni un minuto de las 10, antes de irte a dormir. 

Seguro que hay colorines que te buscan y hacen nido a tu lado. Que te cantan cada día y aprenden a volar mientras van y vienen a beber a tu espuerta y a comer migas de pan. 

Seguro que hay chatos de vino, anchoas y patatillas, cafés con un chorrete de coñac. Y un salero, eso que no falte. Y esos helados de corte de fresa y nata que esperabas con ilusión antes de echarte la siesta, y que tanto disfrutabas, como un niño pequeño. 

Seguro que hay muchas almas que te esperan y que se alegran enormemente de volver a verte. Y se abrazan a tu barriga, aunque te hagan cosquillas, como hacía yo contigo cada vez que podía. Seguro que siempre tienes mil chistes que contar.

Hoy nosotros nos quedamos tristes y rotos porque te has ido. Y marcharse nunca es fácil, pero menos de esta forma tan dolorosa. Tú que siempre has estado tan fuerte. Y fuerte has aguantado hasta el final. Ahora descansas, pero aquí dejas un vacío muy grande, que intentaremos llenar con el recuerdo de tantos y tantos momentos que nos has regalado. 

Cuídanos desde ese cielo en el que te encuentras, abuelo. Y sigue riéndote a cada momento, tan fuerte y tan sincero como siempre has hecho, que desde aquí te escuchamos. Mientras te echamos cada día infinitamente de menos. 💝

La barandilla blanca

Verano

Hay algo en estos barrotes blancos que me hace querer volver a ser una niña. Este patio, esta luz, esta brisa, esta temperatura.

Querer bajar la barandilla a lo pipi calzaslargas, como si fuera un tobogán. Cantar el torito enamorado de la luna (titotí) y grabarlo en un radiocasete. Dar vueltas sobre mí misma, contando las veces que veo las bocas de dragón, los geranios, las buganvillas.

Sentarme en una silla de madera y recordar el chiste de Jaimito. Mamá, yo quiero una trompeta como esa. El pajarillo que como no tenía «pumas», ¡no podía volar! Y los que se hayan comido las tajás, que se beban el caldo.

Cortar las flores del hule mientras se hornea la tarta de manzana. Cenar un huevo pasado por agua mientras echan Cine de Barrio. Jugar a la brisca con las señoras del pueblo, ellas siempre tan expertas, yo tan sólo una cría resabiá.

Bajar a la cueva y buscar en las tinajas a los 40 ladrones. Subir al trastero y aprender a hacer botones con retales. Mirar al techo y cantar «cuatro esquinitas tiene mi cama» antes de dormir.

Tía Lola: este patio, tú y tus historietas deberíais ser eternos. 

Viajar

LETRAS, Verano

Viajar no es pasar por al lado de los monumentos típicos de una ciudad, hacer cuatro fotos, y seguir con la marcha.

Viajar es dejarse los prejuicios en casa, y salir de ella con la mirada limpia y las hojas del cuaderno en blanco. Es mezclarse con las personas de allí y adentrarse en su forma de vida. Y antes de hablar, escuchar. Y antes de opinar, intentar comprender.

Porque hay que ver lo fácil que a veces nos resulta soltar espumarajos por la boca, normalmente sin saber ni en qué dirección sopla el viento, y lo que nos cuesta abrir la mente y dejar que entren ideas nuevas. No estamos acostumbrados a autocuestionarnos, ni a ver más allá de nuestro propio punto de vista, ni a aceptar por válido cualquier argumento que no se ajuste a nuestros moldes mentales.

Es más, muchas veces ni nos planteamos que los demás también pueden llegar a tener su punto de razón. Mejor nos iría si, por cada palabra que decimos, fueran más de dos las que escucháramos.