Todos podemos volar, pero a veces se nos olvida cómo

LETRAS, Otoño

De viajar me gustan muchas cosas, pero lo que más es la relativización del tiempo. Me encanta que las horas se estiren como un chicle, que los días den tanto de sí que en mi cabeza parezcan semanas, aunque se pasen de rápido como si fueran segundos.

En esa dimensión paralela, ajena al mundo que sigue girando, se relativizan también las preocupaciones. Una se siente tan hormiguita entre tanta inmensidad, que esos mal llamados «problemas» resultan absurdos al ser vistos con distancia de por medio.

Cuando aterrizas, literal y metafóricamente, te das cuenta de lo innecesario que es darle tantas vueltas a un asunto, pudiendo dárselas al mundo. Que los cambios dan vértigo, pero que resistirse a ellos es tan inútil como nadar en contra de la corriente. Que está bien hacerte tus cábalas e ir tomando pequeñas decisiones.

Pero que, como cantaba John Lennon, «life is what happens to you while you’re busy making other plans». Todo lo demás son dibujos en una servilleta, pajas mentales.

La barandilla blanca

Verano

Hay algo en estos barrotes blancos que me hace querer volver a ser una niña. Este patio, esta luz, esta brisa, esta temperatura.

Querer bajar la barandilla a lo pipi calzaslargas, como si fuera un tobogán. Cantar el torito enamorado de la luna (titotí) y grabarlo en un radiocasete. Dar vueltas sobre mí misma, contando las veces que veo las bocas de dragón, los geranios, las buganvillas.

Sentarme en una silla de madera y recordar el chiste de Jaimito. Mamá, yo quiero una trompeta como esa. El pajarillo que como no tenía «pumas», ¡no podía volar! Y los que se hayan comido las tajás, que se beban el caldo.

Cortar las flores del hule mientras se hornea la tarta de manzana. Cenar un huevo pasado por agua mientras echan Cine de Barrio. Jugar a la brisca con las señoras del pueblo, ellas siempre tan expertas, yo tan sólo una cría resabiá.

Bajar a la cueva y buscar en las tinajas a los 40 ladrones. Subir al trastero y aprender a hacer botones con retales. Mirar al techo y cantar «cuatro esquinitas tiene mi cama» antes de dormir.

Tía Lola: este patio, tú y tus historietas deberíais ser eternos. 

Cristo Alicia Plaza Huelamo

El año de los recuerdos

LETRAS, Primavera

Las notas del saxofón de mi madre se escuchan desde cualquier rincón de la casa. Sol – la – sol – mi – re – do – mi – do – sol. Alegría Agostense. Una melodía interiorizada en mi cabeza desde hace tiempo, que inevitablemente me transporta a días de fiesta y alborozo. La brisa primaveral me envuelve, y me dejo llevar. Respiro profundamente… ya huele a Cristo.

Es sábado y el sol brilla con fuerza en lo alto de la plaza. La banda de música sube desde el SENPA y sus canciones se mezclan con las voces de los niños que juegan y saltan en los castillos hinchables. El trenecito ya ha dado su vigésima vuelta al pueblo, lleno de pequeños y grandes que a través de la ventana agitan sus manos, saludando cuando pasan por delante de los abuelos. Los botellines vacíos se acumulan en la parecilla, y los que están llenos, entre las manos de quienes aún seguimos con sed.

– ¡Voy a pedir otra ronda!

– Madre mía, ¡a mí no me cunde tanto!

– Pues no te estés, que se te calienta.

La música no deja de sonar. Los cohetes acompañan rítmicamente y completan la amalgama acústica. Las risas, el jolgorio y las tantísimas cosas que contar de quienes llevan todo el año sin verse y han aprovechado estos días para volver y reencontrarse con sus raíces manchegas.

Ahora vengo, que voy a saludar a Fulanito.

Toma, ¡llévate el pincho!

– Ala, vamos a hacernos una foto, ¡que pa’ una vez que nos juntamos!

Entre tanta conversación, una mira el reloj y de que se quiere dar cuenta…

– ¡Pero si ya son las cuatro y media!

– Yo ya me espero a que suba la banda a las vísperas.

– Si hoy ya sabes que se come en vaso…

– Me da que me van a ver los toros más a mí que yo a ellos.

Y así trascurre la tarde, saliendo y entrando de las vallas, rematando la faena entre pipas y gin-tonics… Y de repente estás sentada en el poli bajo explosiones de colores. Hay que ver, qué bonita y qué mágica es la pólvora.

Abro los ojos. Ya no suena el saxofón de mi madre, pero yo sigo en el mismo sitio que antes. Aturdida, alzo la mirada hacia el inmenso cielo azul, veo las nubes y los pajarillos volar. Inesperadamente, unos banderines de colores parecen dibujarse poco a poco sobre mi cabeza, haciéndose paso desde el quiosco a los árboles, bajo la carpa que cubre la plaza. Al bajar la vista me encuentro con una jarrilla de mistela en la mano y un plato de gambas en la otra.

– ¡Veinticinco euros dan!

Como hormiguitas, la Comisión de Festejos trabaja sin descanso y sin apenas haber dormido. Llevan preparando la subasta desde que tocaron diana.

Entre pasodobles y aplausos se aprecia la alegría y el bullicio de la gente. Trajes nuevos, vestidos de colores; cada cual saca a relucir sus mejores galas. Aunque no hay nada como el radiante arco de flores que viste al Cristo. El gran protagonista, el que sin duda eclipsa todas las miradas.

Localizo a mis abuelos y a mi tía Lola. Otro año más, vuelvo a dar gracias por poder estar con ellos.

– ¡Míralos, qué guapos se han puesto! ¿Habéis ido a misa?

– Hombre, ¡cómo no! Que hoy es el día del Cristo.

– Tomad unas gambejas. Vengo también a husmear, a ver qué habéis cogido vosotros.

Por la cuesta veo bajar a mis amigas, que amanecen, que no es poco. Aunque sea detrás de unas gafas de sol.

– ¡Buenos días!

– No grites tanto, que todavía no soy persona.

– Échate un traguillo de esto, ya verás que pronto te espabilas.

En estos momentos, en la plaza hay tanta gente o más que anoche. Y mira que estaba llena. Cómo se nota que el conjunto era bueno. No me acuerdo de quién se llevó el bingo, pero desde luego, ya le han apañao’ la fiesta entera.

Mi – fa# – sol# – sol# – la – si – do# – do# – si – si – mi – re# – re# – do# – si – do# – sol# – la…

Hablando, bailando, riendo… El tiempo se pasa volando. Los cohetes empiezan a irrumpir con fuerza, aún más de seguido. Es momento de subir al Cristo, y todos, haciendo por una vez algo a la vez (como dice Mecano), lo seguimos detrás. Los latidos aumentan cuando comienza a sonar Caridad del Guadalquivir, esa canción que ya hemos hecho nuestra. Y alguna que otra lágrima se escapa resbalando por las mejillas.

En la puerta de la iglesia, con la traca y el himno de fondo, nuestra adorada Laura exclama:

– ¡Viva el Cristo de los Pastores!

Y el pueblo responde al unísono:

¡VIVAAAAAA!

Entre cornetas y tambores nos levantamos del asiento mientras comemos en familia, y salimos corriendo a recibir a la banda d. Vienen con energía. ¿Les habrán avisado de que la procesión dura unas cinco horas? Que se lo digan a los Hermanos que llevan a hombros los cerca de 700 kilos que pesan las andas del Cristo. O a las mujeres que han ofrecido ir descalzas. O a la banda de música, claro.

Pero el Cristo nos saluda a todos, no se deja ninguna casa por visitar. Y ahí nos reunimos generaciones enteras de abuelos, padres e hijos, todos juntos en nuestras puertas, esperándolo año tras año. Su imagen se nos graba en la retina, y su presencia transmite algo inexplicable, algo que atraviesa los sentidos y pone a flor de piel nuestra sensibilidad. Algo que es capaz de emocionar hasta a la persona más agnóstica del mundo.

Y más todavía cuando, bajo la luz de la luna, el Cristo se mueve de lado a lado, bailando solemnemente ante nuestra mirada atenta, ya en el tramo final de la procesión.

Ya es lunes. Pero no uno cualquiera, sino el mejor lunes del año. La Virgen de Fuentes ha salido también por nuestras calles, acompañando al Cristo por aquellos rincones a los que ayer no llegó.

– ¡A la horquilla!

Entre una fuerte ovación, el santo llega a la plaza sobre los brazos incansables de quienes lo llevan durante toda la mañana.

Cerca se escucha el alboroto y la juerga procedente de una charanga.

– ¡Cinco euros por que Fulanito coja a Menganita en brazos y bailen con medio palillo en la boca!

– ¡Diez más por que lo hagan con esta faja en la cabeza!

– ¡Cinco por que les pinten los labios a todos los chicos!

– ¡Diez por que no!

– ¡Cinco más por que sí!

¿Vergüenza? ¿Eso qué es? Y con esa marcha bajamos hasta la plaza a ritmo de “piribirí piribí piribí… ¡Vi-lla-re-jo!”. Y otra ronda de botellines. Y otra jarrilla.

– ¿Subimos a subastar?

– ¡Venga! Voy a ver si me dejo la poca voz que me queda después de estos días.

Y en un instante ahí están, mis tacones sobre un andamio, y mi garganta desgañitándose para hacerse oír entre tanto barullo.

– ¡Cincuenta euros dan!

– Sesenta si me lo das con una jarra de lunares, y en vez de mistela me echas cerveza, que me gusta más.

– Ahora mismico.

Por cierto, que a nadie se le ocurra sentarse en la parecilla a reposar, aunque se resientan los pies. Hoy hay que subir al quiosco a darlo todo mientras siga sonando la música. Que el Lunes del Cristo es sólo una vez al año.

Y después de haber bailado cincuenta veces Paquito el Chocolatero, volvemos a subir todos juntos al Cristo, por última vez y hasta el año que viene. La emoción del día anterior se intensifica. El Cristo y la Virgen, danzando cara a cara. De nuevo la traca, el himno, los ¡vivas! También las lágrimas. Por los que ya no están, por los que no sabemos si estarán.

Abro los ojos y vuelvo a la realidad. Este año nadie prepara la carpa, ni los banderines, ni las vallas de los toros. Este año no se oyen cohetes ni música en las peñas durante las semanas previas. Este año no habrá orquestas, ni bingos, ni pólvora, ni procesiones. No nos quedaremos afónicos, no saldrán heridas en los hombros ni rozaduras en los talones. Pero tampoco bajaremos a la plaza el lunes después de dejar al Cristo, a recoger los papelillos con el concierto de fondo. Ni comeremos carne el miércoles, ni jugaremos a la brisca y a los bolos.

Este año que íbamos a estrenar la plaza, con adoquines nuevos y barandillas marrones… Lo señalaremos en el calendario como el más raro de nuestras vidas. Tendremos que conformarnos con una pequeña misa en su honor, porque El Cristo sigue siendo El Cristo, de viernes a miércoles. Aunque sea desde nuestras casas. Aunque lo vivamos por dentro, a través de recuerdos. Y guardaremos como oro en paño la ilusión y las ganas de disfrutar, para tener el doble el año que viene.

Ánimo y salud, Villarejo. Ya sólo quedan 365 días para el Cristo 2021.

¡VIVA EL CRISTO DE LOS PASTORES!

Monstruos

LETRAS, Otoño

La vida comienza cuando una empieza a ser consciente de su valor como persona. No como periodista, no como alumna, no como hija, amiga o amante. Sólo como persona, sin adjetivos. Con sus luces y sus sombras, sus días buenos y regulares, sus aficiones, sus gustos, sus manías, sus virtudes, sus meteduras de pata, sus más, sus menos.

La vida comienza cuando un día te miras al espejo y no ves defectos, sólo características. Asumes que ser bajita y regordeta no es más importante que tener el pelo castaño o los ojos marrones. Sólo son rasgos, detalles que forman parte de lo que tú eres como conjunto. Nada más, y nada menos. Aprendes que no eres ni serás nunca perfecta, y dejas de exigírtelo a ti misma cada día.

Entonces te aceptas tal y como eres, entendiendo que no eres inferior, ni tampoco superior, a ninguna otra persona en el mundo. Sólo distinta y particular, como todos y cada uno de los seres humanos. No te juzgas, no te comparas. Solo te observas y te admites, te abrazas y te reconcilias con la parte de ti con la que llevas tanto tiempo peleándote.

Comienza, la vida, cuando comprendes que no hay nada más imposible que intentar agradar a todo el mundo. Cuando no buscas la aprobación social, porque sabes que lo importante es lo que tú misma pienses de ti. Y en lugar de esperar que alguien te suba al pedestal, pegas un brinco y te plantas ahí solita, si es que de verdad sientes que es donde mereces estar. No necesitas que nadie te aplauda para saber que existes, no necesitas pedirle al exterior que te defina.

Te olvidas de los qué dirán. Destierras el miedo al rechazo y empiezas a ser tú, auténtica, sintiéndote a gusto con lo que crees que tienes que ser. Tu conciencia y tus principios son tus únicos jueces.

Y te das cuenta de que la única opinión que debes tomarte en serio es la de quien te quiere, en el sentido más sincero y más puro de la palabra; de quien hace que te brillen los ojos, de quien se alegra por tus triunfos y se apaga un poco por dentro si te ocurre alguna desgracia. Y no al revés. Porque, si así fuera, estás tardando en sacarlos de tu vida. Que madurar también es eso: filtrar personas y ordenar prioridades. Tan desgarrador como liberador.

Y es que saber lo que una vale tiene mucho que ver con el autorrespeto, y con buscar y rodearse de todo aquello que te haga sentir merecedora. De quienes te sumen, te hagan crecer y avanzar. De quienes no te menosprecien, ni te hagan sentir mal por querer ser quien eres, obligándote a renunciar a tu esencia para encajar dentro de un puzzle al que en realidad ni siquiera querrías pertenecer.

Pero para eso tienes que quererte, porque si no, nunca vas a sentir que eres suficiente para algo o para alguien. Te vas a conformar con cualquier cosa, y posiblemente acabes aceptando menos de lo que merezcas.

Entonces, y solo entonces, comenzarás a disfrutar de la vida y a querer exprimirla al máximo, porque descubrirás que ya has perdido demasiado tiempo lamentándote por lo que no eras o no tenías, en lugar de aprovechar lo que sí.

“Desear ser otra persona es malgastar la persona que eres”

Viajar

LETRAS, Verano

Viajar no es pasar por al lado de los monumentos típicos de una ciudad, hacer cuatro fotos, y seguir con la marcha.

Viajar es dejarse los prejuicios en casa, y salir de ella con la mirada limpia y las hojas del cuaderno en blanco. Es mezclarse con las personas de allí y adentrarse en su forma de vida. Y antes de hablar, escuchar. Y antes de opinar, intentar comprender.

Porque hay que ver lo fácil que a veces nos resulta soltar espumarajos por la boca, normalmente sin saber ni en qué dirección sopla el viento, y lo que nos cuesta abrir la mente y dejar que entren ideas nuevas. No estamos acostumbrados a autocuestionarnos, ni a ver más allá de nuestro propio punto de vista, ni a aceptar por válido cualquier argumento que no se ajuste a nuestros moldes mentales.

Es más, muchas veces ni nos planteamos que los demás también pueden llegar a tener su punto de razón. Mejor nos iría si, por cada palabra que decimos, fueran más de dos las que escucháramos.

Manifiesto a la (r)evolución

LETRAS, Otoño

Si hablamos de lastres, me niego a cargar a mis espaldas cualquier cosa que no me dé vida. Paradójicamente, me pesan demasiado los objetos vacíos, y el camino es largo como para llevarlos siempre a cuestas. Por eso he hecho un inventario de todo aquello que me sobra. Por innecesario, por menguante, por contraproducente. Porque vaciar la taza es un requisito indispensable para poder volver a llenarla.

En primer lugar, no quiero nada que no me aporte crecimiento. No estoy dispuesta a permanecer invariable; ni en un lugar, ni en una opinión, ni tampoco en un estado de ánimo. Ser nómada es aprender, porque sin movimiento no hay cambio. No quiero caer en una gris rutina donde no haya nada que no me sorprenda, donde el entusiasmo y la ilusión se sientan fuera de lugar y no encuentren ya nunca jamás su sitio. 

No quiero que la búsqueda de pasiones se convierta en una tarea, porque arriesgarse a vivir aventuras no debe ser ninguna obligación. Aunque el miedo a veces me frene, sé que el vértigo solo aparece cuando hay altura, y sin altura una no puede volar.

Tampoco quiero huecos en vano, ni tiempos muertos, porque no me sobran. No quiero apariencias ni parafernalias; hay fachadas que son muy bonitas, pero solo para un rato. No quiero llenar de arena el bote, porque luego no me caben las pelotas de tenis. No quiero mirar a una persona y pensar que ya no tengo nada nuevo que aprender de ella. Y lo mismo con los lugares, con las situaciones, con las circunstancias. Me niego a pensar que haya algo que pueda aburrirme, y que ya sé todo lo que tenía que saber acerca de ello.

No quiero pudor que me frene a decir lo que siento. No quiero vetos a exteriorizar las emociones, ni multas por ser “más expresiva de la cuenta”. No, calladita no estoy más guapa, porque si no hago preguntas nunca obtendré respuestas. Y ojalá estas sean tan dispares y contrarias entre sí como para darle la vuelta mil veces a todo lo que pienso, porque si no fuera así, nunca podría cambiar de idea. Y eso va absolutamente en contra del principio anti-inmovilista.

Y sí, sé que lo más fácil y lo más cómodo sería ser conformista y pasiva, indiferente a todo aquello que me rodea, neutral con respecto a eso que sé que me está quemando por dentro. ¿Podría hacerlo? Tal vez. Hay quien agota su existencia así, y no le va tan mal. Pero si lo hiciera, me limitaría a estar por estar, a simplemente respirar, o quizás a convertirme en algo inerte. Y es muy probable que un día, al mirarme al espejo y no reconocerme, llegara a sentir incluso pereza de la vida, y terminase la jornada sin notar la diferencia entre levantarme y haberme quedado en la cama. 

Y es que no concibo otra forma de vivir que la de vivir sintiendo, y la de ser honesto con uno mismo y con eso que siente. Porque si no sientes, si no te emocionas, si no experimentas, si no aprendes, si no evolucionas… Entonces, ¿qué es lo que haces aquí? Entonces, ¿qué es lo que eres? Malo será el día en que no tengas dudas, o el día en que no te duela algo. Porque, probablemente, ese día significará que has dejado de estar vivo.

En el instante antes de que todo pase

Invierno, LETRAS

Deberían desaparecer las despedidas.

O quizás deberíamos estar más acostumbrados a ellas. Y a los cambios, y a echar de menos. Y también a echar de más de vez en cuando. Estaría bien saber desacostumbrarse de las buenas costumbres, y advertir lo nocivo que es aferrarse a algo efímero, que no durará eternamente.

Pero qué genial sería jugar con el tiempo, y hacer de su relatividad algo variable. Poder estirarlo y encogerlo a nuestro antojo. Quedarnos a vivir en un bonito instante, y hacer que una mala racha dure tan solo un suspiro.

Saber decir «no» a tiempo

Invierno, LETRAS

Saber decir “no” a tiempo cura muchos males. “No”, una palabra a veces tan sencilla como difícil de pronunciar. 

Decir “no” a cosas, personas, situaciones, circunstancias, planes… Todo lo que vaya contra tu voluntad y tus principios. Y no necesariamente sentirse mal por ello. Porque, si no eres dueño de tus decisiones, entonces ¿de qué vas a serlo?

Decir “no” a lo que no necesitas, y desprenderte de ese “guardar por guardar”, de esa especie de síndrome de Diógenes que te hace acumular todo, que te impulsa a tratar de conservarlo todo. Buscar solo lo más vital, parafraseando a El libro de la selva.

Decir “no” a lo que no te llena, a lo que no encaja contigo, para así poder dejar paso (y hueco) a posibles oportunidades, tal vez mejores. Pero también decir “no” a las grandes ambiciones, a querer poseerlo todo, a aspirar a creerse más que nadie. Que la avaricia rompe el saco, que es mejor pecar de prudente, que con la humildad se llega mucho más lejos.

Decir “no” a que te manipulen, a que te zarandeen, a que ignoren, a que te traten como no te mereces. Llevar por bandera tu propia autoestima y el egoísmo razonable, y por lema el “hasta aquí hemos llegado”. Y saber decir adiós, eso también es necesario.

Y también decir “sí” de vez en cuando, “por qué no”. Que de cobardes no se ha escrito nunca.

El riesgo de vivir

LETRAS, Primavera

Y qué manía con anticiparse al dolor, qué manía con buscarlo, como si éste no fuera a llegar ya por sí solo.

Y qué manía con cortarnos las alas poco a poco, como si eso fuera a doler menos que la caída tras haber empezado a volar.

Y qué manía con ir siempre con el freno echado, qué manía con afrontar con miedo las cosas buenas, como si no nos las mereciéramos o no estuvieran hechas para nosotros.

Y qué manía con medir cada movimiento que hacemos, como si vivir fuera algo que se pueda controlar.

El mundo es de los perseverantes

Invierno, LETRAS

Nada puede pararme.

Aunque venga el viento de cara y de un solo soplo me tire contra el suelo. Aunque lleguen tiempos en los que tenga que caminar sobre algo tan rígido y a la vez tan frágil como el hielo. Aunque a veces resbale, clavaré bien los cimientos de mis ideas, y lo haré tan fuerte que resistirán ante cualquier temporal oportunista. Y de ellos, nacerán siempre cosas mejores. Paso a paso, poco a poco, al andar se hace camino, no importa lo lejos que quede la meta.

Y si me paro, será para respirar hondo, coger impulso, y seguir avanzando con más ganas que nunca.