Cristo Alicia Plaza Huelamo

El año de los recuerdos

LETRAS, Primavera

Las notas del saxofón de mi madre se escuchan desde cualquier rincón de la casa. Sol – la – sol – mi – re – do – mi – do – sol. Alegría Agostense. Una melodía interiorizada en mi cabeza desde hace tiempo, que inevitablemente me transporta a días de fiesta y alborozo. La brisa primaveral me envuelve, y me dejo llevar. Respiro profundamente… ya huele a Cristo.

Es sábado y el sol brilla con fuerza en lo alto de la plaza. La banda de música sube desde el SENPA y sus canciones se mezclan con las voces de los niños que juegan y saltan en los castillos hinchables. El trenecito ya ha dado su vigésima vuelta al pueblo, lleno de pequeños y grandes que a través de la ventana agitan sus manos, saludando cuando pasan por delante de los abuelos. Los botellines vacíos se acumulan en la parecilla, y los que están llenos, entre las manos de quienes aún seguimos con sed.

– ¡Voy a pedir otra ronda!

– Madre mía, ¡a mí no me cunde tanto!

– Pues no te estés, que se te calienta.

La música no deja de sonar. Los cohetes acompañan rítmicamente y completan la amalgama acústica. Las risas, el jolgorio y las tantísimas cosas que contar de quienes llevan todo el año sin verse y han aprovechado estos días para volver y reencontrarse con sus raíces manchegas.

Ahora vengo, que voy a saludar a Fulanito.

Toma, ¡llévate el pincho!

– Ala, vamos a hacernos una foto, ¡que pa’ una vez que nos juntamos!

Entre tanta conversación, una mira el reloj y de que se quiere dar cuenta…

– ¡Pero si ya son las cuatro y media!

– Yo ya me espero a que suba la banda a las vísperas.

– Si hoy ya sabes que se come en vaso…

– Me da que me van a ver los toros más a mí que yo a ellos.

Y así trascurre la tarde, saliendo y entrando de las vallas, rematando la faena entre pipas y gin-tonics… Y de repente estás sentada en el poli bajo explosiones de colores. Hay que ver, qué bonita y qué mágica es la pólvora.

Abro los ojos. Ya no suena el saxofón de mi madre, pero yo sigo en el mismo sitio que antes. Aturdida, alzo la mirada hacia el inmenso cielo azul, veo las nubes y los pajarillos volar. Inesperadamente, unos banderines de colores parecen dibujarse poco a poco sobre mi cabeza, haciéndose paso desde el quiosco a los árboles, bajo la carpa que cubre la plaza. Al bajar la vista me encuentro con una jarrilla de mistela en la mano y un plato de gambas en la otra.

– ¡Veinticinco euros dan!

Como hormiguitas, la Comisión de Festejos trabaja sin descanso y sin apenas haber dormido. Llevan preparando la subasta desde que tocaron diana.

Entre pasodobles y aplausos se aprecia la alegría y el bullicio de la gente. Trajes nuevos, vestidos de colores; cada cual saca a relucir sus mejores galas. Aunque no hay nada como el radiante arco de flores que viste al Cristo. El gran protagonista, el que sin duda eclipsa todas las miradas.

Localizo a mis abuelos y a mi tía Lola. Otro año más, vuelvo a dar gracias por poder estar con ellos.

– ¡Míralos, qué guapos se han puesto! ¿Habéis ido a misa?

– Hombre, ¡cómo no! Que hoy es el día del Cristo.

– Tomad unas gambejas. Vengo también a husmear, a ver qué habéis cogido vosotros.

Por la cuesta veo bajar a mis amigas, que amanecen, que no es poco. Aunque sea detrás de unas gafas de sol.

– ¡Buenos días!

– No grites tanto, que todavía no soy persona.

– Échate un traguillo de esto, ya verás que pronto te espabilas.

En estos momentos, en la plaza hay tanta gente o más que anoche. Y mira que estaba llena. Cómo se nota que el conjunto era bueno. No me acuerdo de quién se llevó el bingo, pero desde luego, ya le han apañao’ la fiesta entera.

Mi – fa# – sol# – sol# – la – si – do# – do# – si – si – mi – re# – re# – do# – si – do# – sol# – la…

Hablando, bailando, riendo… El tiempo se pasa volando. Los cohetes empiezan a irrumpir con fuerza, aún más de seguido. Es momento de subir al Cristo, y todos, haciendo por una vez algo a la vez (como dice Mecano), lo seguimos detrás. Los latidos aumentan cuando comienza a sonar Caridad del Guadalquivir, esa canción que ya hemos hecho nuestra. Y alguna que otra lágrima se escapa resbalando por las mejillas.

En la puerta de la iglesia, con la traca y el himno de fondo, nuestra adorada Laura exclama:

– ¡Viva el Cristo de los Pastores!

Y el pueblo responde al unísono:

¡VIVAAAAAA!

Entre cornetas y tambores nos levantamos del asiento mientras comemos en familia, y salimos corriendo a recibir a la banda d. Vienen con energía. ¿Les habrán avisado de que la procesión dura unas cinco horas? Que se lo digan a los Hermanos que llevan a hombros los cerca de 700 kilos que pesan las andas del Cristo. O a las mujeres que han ofrecido ir descalzas. O a la banda de música, claro.

Pero el Cristo nos saluda a todos, no se deja ninguna casa por visitar. Y ahí nos reunimos generaciones enteras de abuelos, padres e hijos, todos juntos en nuestras puertas, esperándolo año tras año. Su imagen se nos graba en la retina, y su presencia transmite algo inexplicable, algo que atraviesa los sentidos y pone a flor de piel nuestra sensibilidad. Algo que es capaz de emocionar hasta a la persona más agnóstica del mundo.

Y más todavía cuando, bajo la luz de la luna, el Cristo se mueve de lado a lado, bailando solemnemente ante nuestra mirada atenta, ya en el tramo final de la procesión.

Ya es lunes. Pero no uno cualquiera, sino el mejor lunes del año. La Virgen de Fuentes ha salido también por nuestras calles, acompañando al Cristo por aquellos rincones a los que ayer no llegó.

– ¡A la horquilla!

Entre una fuerte ovación, el santo llega a la plaza sobre los brazos incansables de quienes lo llevan durante toda la mañana.

Cerca se escucha el alboroto y la juerga procedente de una charanga.

– ¡Cinco euros por que Fulanito coja a Menganita en brazos y bailen con medio palillo en la boca!

– ¡Diez más por que lo hagan con esta faja en la cabeza!

– ¡Cinco por que les pinten los labios a todos los chicos!

– ¡Diez por que no!

– ¡Cinco más por que sí!

¿Vergüenza? ¿Eso qué es? Y con esa marcha bajamos hasta la plaza a ritmo de “piribirí piribí piribí… ¡Vi-lla-re-jo!”. Y otra ronda de botellines. Y otra jarrilla.

– ¿Subimos a subastar?

– ¡Venga! Voy a ver si me dejo la poca voz que me queda después de estos días.

Y en un instante ahí están, mis tacones sobre un andamio, y mi garganta desgañitándose para hacerse oír entre tanto barullo.

– ¡Cincuenta euros dan!

– Sesenta si me lo das con una jarra de lunares, y en vez de mistela me echas cerveza, que me gusta más.

– Ahora mismico.

Por cierto, que a nadie se le ocurra sentarse en la parecilla a reposar, aunque se resientan los pies. Hoy hay que subir al quiosco a darlo todo mientras siga sonando la música. Que el Lunes del Cristo es sólo una vez al año.

Y después de haber bailado cincuenta veces Paquito el Chocolatero, volvemos a subir todos juntos al Cristo, por última vez y hasta el año que viene. La emoción del día anterior se intensifica. El Cristo y la Virgen, danzando cara a cara. De nuevo la traca, el himno, los ¡vivas! También las lágrimas. Por los que ya no están, por los que no sabemos si estarán.

Abro los ojos y vuelvo a la realidad. Este año nadie prepara la carpa, ni los banderines, ni las vallas de los toros. Este año no se oyen cohetes ni música en las peñas durante las semanas previas. Este año no habrá orquestas, ni bingos, ni pólvora, ni procesiones. No nos quedaremos afónicos, no saldrán heridas en los hombros ni rozaduras en los talones. Pero tampoco bajaremos a la plaza el lunes después de dejar al Cristo, a recoger los papelillos con el concierto de fondo. Ni comeremos carne el miércoles, ni jugaremos a la brisca y a los bolos.

Este año que íbamos a estrenar la plaza, con adoquines nuevos y barandillas marrones… Lo señalaremos en el calendario como el más raro de nuestras vidas. Tendremos que conformarnos con una pequeña misa en su honor, porque El Cristo sigue siendo El Cristo, de viernes a miércoles. Aunque sea desde nuestras casas. Aunque lo vivamos por dentro, a través de recuerdos. Y guardaremos como oro en paño la ilusión y las ganas de disfrutar, para tener el doble el año que viene.

Ánimo y salud, Villarejo. Ya sólo quedan 365 días para el Cristo 2021.

¡VIVA EL CRISTO DE LOS PASTORES!