Manifiesto a la (r)evolución

LETRAS, Otoño

Si hablamos de lastres, me niego a cargar a mis espaldas cualquier cosa que no me dé vida. Paradójicamente, me pesan demasiado los objetos vacíos, y el camino es largo como para llevarlos siempre a cuestas. Por eso he hecho un inventario de todo aquello que me sobra. Por innecesario, por menguante, por contraproducente. Porque vaciar la taza es un requisito indispensable para poder volver a llenarla.

En primer lugar, no quiero nada que no me aporte crecimiento. No estoy dispuesta a permanecer invariable; ni en un lugar, ni en una opinión, ni tampoco en un estado de ánimo. Ser nómada es aprender, porque sin movimiento no hay cambio. No quiero caer en una gris rutina donde no haya nada que no me sorprenda, donde el entusiasmo y la ilusión se sientan fuera de lugar y no encuentren ya nunca jamás su sitio. 

No quiero que la búsqueda de pasiones se convierta en una tarea, porque arriesgarse a vivir aventuras no debe ser ninguna obligación. Aunque el miedo a veces me frene, sé que el vértigo solo aparece cuando hay altura, y sin altura una no puede volar.

Tampoco quiero huecos en vano, ni tiempos muertos, porque no me sobran. No quiero apariencias ni parafernalias; hay fachadas que son muy bonitas, pero solo para un rato. No quiero llenar de arena el bote, porque luego no me caben las pelotas de tenis. No quiero mirar a una persona y pensar que ya no tengo nada nuevo que aprender de ella. Y lo mismo con los lugares, con las situaciones, con las circunstancias. Me niego a pensar que haya algo que pueda aburrirme, y que ya sé todo lo que tenía que saber acerca de ello.

No quiero pudor que me frene a decir lo que siento. No quiero vetos a exteriorizar las emociones, ni multas por ser “más expresiva de la cuenta”. No, calladita no estoy más guapa, porque si no hago preguntas nunca obtendré respuestas. Y ojalá estas sean tan dispares y contrarias entre sí como para darle la vuelta mil veces a todo lo que pienso, porque si no fuera así, nunca podría cambiar de idea. Y eso va absolutamente en contra del principio anti-inmovilista.

Y sí, sé que lo más fácil y lo más cómodo sería ser conformista y pasiva, indiferente a todo aquello que me rodea, neutral con respecto a eso que sé que me está quemando por dentro. ¿Podría hacerlo? Tal vez. Hay quien agota su existencia así, y no le va tan mal. Pero si lo hiciera, me limitaría a estar por estar, a simplemente respirar, o quizás a convertirme en algo inerte. Y es muy probable que un día, al mirarme al espejo y no reconocerme, llegara a sentir incluso pereza de la vida, y terminase la jornada sin notar la diferencia entre levantarme y haberme quedado en la cama. 

Y es que no concibo otra forma de vivir que la de vivir sintiendo, y la de ser honesto con uno mismo y con eso que siente. Porque si no sientes, si no te emocionas, si no experimentas, si no aprendes, si no evolucionas… Entonces, ¿qué es lo que haces aquí? Entonces, ¿qué es lo que eres? Malo será el día en que no tengas dudas, o el día en que no te duela algo. Porque, probablemente, ese día significará que has dejado de estar vivo.